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En 1992 la vereda El Congo era para ella el puro corazón del pueblo, entre montañas, cultivos, vientos y ríos se levantó esa muchachita, delgadita, trigueña y montaraz, quien con gran empeño insistía en aprender los deberes del campo, a pesar de la angustia que sentía en la absoluta oscuridad de la noche, del mordisco de una vaca, de pararse sobre el puente de dos guaduas delgaditas que atravesaba el rio y  de otras tantas ideas que le metían en la cabeza sus mayores para no portarse mal;  sin embargo la china curiosa y terca, como una de esas gallinas copetudas de la abuela Mariela, insistía en levantarse todos los días de sus vacaciones en aquella finca, La Estrella, a ponerse las botas de caucho del abuelo Luis Claver y  agarrar uno de los palos con los que el arreaba el ganado hasta la pesebrera.

Tormenta, que era como le decía el abuelo Luis, salía toda la mañana después del desayuno a jugar con las vacas Lupe, Cachiporra, Topita, Ambrosio y Caramelo, luego se subía en un árbol que quedaba al frente de la finca y en una de las ramas se acostaba de cara al sol, a comer guamo o churima, ya en la tarde, cansada de machoniar como decía la abuela Mariela, se iba a la hamaca a tomar tetero y a  ver a Pola, una perra con de cruce pastor alemán, y al Negro, un legítimo criollo, hasta quedar dormida.

Entre las cinco y seis de la tarde, cuando caía el sol lentamente entre las montañas y las aves corrían al gallinero, el olor a arepa de maíz, a chocolate con panela de la molienda y a huevo frito de gallina propia, despertaban a la negrita.

Aunque no le faltaron para jugar juguetes y cachivaches, ella prefería ver imágenes de las revistas de Condorito y de las novelas de vaqueros, le encantaba arrancar y apilar las páginas que más le gustaban de revistas de noticias para después hacerse personajes con recortes, y aunque solía escuchar a las tías y tíos quejarse una que otra vez por las páginas faltantes y por los tratamientos odontológicos que le hacía con lapicero a los modelos, ella no sentía remordimiento.

Ella la palabra Collage no conocía, trocear pegotes hasta encajar los recortes era lo que mejor sabia y disfrutaba hacer, allí no sentía miedo de los castigos mitológicos que conllevaba portarse mal, tampoco nervios de equivocarse, ni la necesidad de vender sus personajes; para el 5 de diciembre del 2006 la muchachita ya era una muchacha de 18 años y se empezaba a cuestionar por la palabra Collage, ese mismo año, la abuela Mariela fallece en un viaje a la ciudad de Manizales y con ella se van el color y el aroma de las flores de la Estrella, ir al Congo, al corazón de la familia, no era el mismo baile, las cadenas de montañas parecían curtidas y el viento ya no daba alaridos.

Las revistas ya no arrojaban ideas para nuevas historias, entonces Tormenta, la negrita delgadita, la china terca, la muchachita, la muchacha, tomo de la mano al abuelo, los dos subieron en Ananias, el campero Land Rover, consentido de don Luis y en silencio viajaron hasta Manizales en busca de otro corazón de pueblo, tal vez el corazón lo hallaron en el centro de la ciudad, en el teatro callejero de septiembre, en las revistas viejas de la librería Latina de la calle 25 o en los programas de televisión, Chapulín Colorado, Los Tres Chiflados y la Pantera Rosa, o en el chocolate de la tía Alicia, nunca lo supo, y hasta el sol de hoy  el sonido palpitante de todo ello habita en sus recuerdos.

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